31 julio 2020

Boletin Al-a-limón N°8 Gabriela Duguech


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Tres encierros y un encuentro[1]
     La crónica clínica que aquí les traigo fue escrita al terminar el primer encuentro bajo la modalidad remota (videollamada) con un adolescente autista que transcurrió en el Hogar de niños donde vive, ya que como consecuencia del ASPO decretado por la pandemia de Covid 19, la atención psicoanalítica pasaba de su forma habitual en nuestros consultorios, a realizarse en forma remota. Esto no ocurría de manera automática, había que decidirlo y proponerlo en cada caso. Por ejemplo, con otros pacientes autistas pequeños esperé manteniendo comunicación escrita con sus padres, pero en el caso de Marcos estimé y también las autoridades del Hogar, que no se podía esperar, se trataba de una urgencia subjetiva dentro de la emergencia general, ya que este jovencito venía de dos intentos fallidos de adopción por parte de los padres adoptivos de sus hermanitos. Durante ese segundo intento no lo traían a las sesiones y al dejarlo nuevamente en el Hogar la directora me pide que retome las mismas, teniendo en cuenta el agravante de que el centro educativo- terapéutico al que concurría a diario también había cerrado sus puertas.
      Antes de esta primera sesión por videollamada pedí que se preparen los cartones, cintas de embalar, felpones con los que trabajábamos en el consultorio con Marcos para construir sus objetos en sesión, habitualmente trenes y helicópteros. Tuve que indicar que no eran elementos “educativos” sino que tenían funciones terapéuticas y que no podían ser sustituidos por otros cualquiera. Tomaba así en cuenta los intereses específicos de Marcos que a lo largo de 3 años y medio de tratamiento habían producido la dinamización de su borde que como defensa autística constituían estos objetos fabricados por él bajo transferencia y gracias a los cuales había podido concurrir cotidianamente a un centro educativo terapéutico y disfrutar de salidas recreativas, actividades ahora todas suspendidas por tiempo indeterminado.
     Estábamos ante lo inconmensurable que golpea en distintas direcciones por lo que creo acudió a mí la forma poética, la más justa -entiendo ahora- para testimoniar de la presencia del analista en el límite de la palabra y del acto. La palabra poética está más cerca en este caso de lo real y fuerte de esta experiencia, viene en auxilio de la escritura analítica como la presencia del analista lo hace con la transferencia.[2]


     11 de la mañana, un adolescente autista me espera del otro lado de la pantalla,
acompañado por la psicóloga del Hogar de niños en que vive desde los 9 años cuando llegó de la Sala Cuna, su Hogar anterior. Desde los 8 años la justicia decide que el estado se haga cargo del cuidado de este niño y de otros de su familia que tuvieron ellos sí, otra suerte, otro destino.

     Marcos acaba de ser devuelto por segunda vez al Hogar por los padres adoptivos de sus hermanitos. No pudieron y otra vez él vuelve con el corazón roto. Cuesta escribir esto porque es duro pero sucede, nos sucede. Soy su analista y recibo esa tristeza llena de dignidad sin estridencias que distingue a Marcos.

    Pero los analistas no confiamos mucho en ese destino inexorable que parece marcar con furia las cartas de algunos, demasiados niños, separados de sus padres y transitando esas cascadas de desencuentros y… sobre llovido mojado.
     Creemos en ellos- algunos creemos, no todos- en su capacidad de reinventarse persistiendo en aferrarse a esa oportunidad que parece pequeñita, pero está llamándonos a la puerta real o virtual (toda puerta lo es en definitiva) para que armemos una cita, un lugar, un tiempo donde construir "castillos" como el que Marcos quiso hacer hoy, en el que empezar a dibujar puertas para entrar, para llegar, hablar y despedirse: ¡hasta la próxima semana, a la misma hora!

                              Gabriela Duguech, 26/3/20 Tucumán en tiempos de pandemia     
 

[1] Un encierro es el propio del autismo que no es total, de ahí que pueda intervenir un analista y generarse una relación de transferencia que produzca encuentros afortunados. El segundo encierro es el del Hogar de cuidados que genera un muro invisible que se busca perforar cuando los niños concurren a escuelas, espacios educativo-terapéuticos o consultorios como ocurría con Marcos. Esto último se perdió por el tercer encierro, provocado por las medidas de Aislamiento Social Preventivo Obligatorio que cerraron escuelas y consultorios limitando al mínimo la interacción social.
[2] Agradezco a Graciela Ruiz que al leer la crónica clínica como “un texto poético” me invitó a intervenirlo explicitando más algunos detalles del caso.

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