29 julio 2020

Boletin Al-a-limón N°7 Rosana Aldonate





A falta de palabras sabias

     Vivimos una época de excepcionalidad y de mutación, según pensadores varios, en la que por la acción de un virus y la reacción de las políticas de aislamiento y distanciamiento social, nos volvimos ultraconectados, vía nuestras máquinas de telecomunicación. También la práctica del psicoanálisis pasó a realizarse por otros medios, los tecnológicos. Al margen quedan, de este comentario, las implicancias de lo que se dio en llamar “la silicolonización actualmente en curso”.
     Pero asimismo la muerte se vio trastocada en esta época de pandemia. Nuestra práctica analítica nos empieza a acercar algunas consecuencias subjetivas de este estado que voy a intentar desarrollar aquí, y que nos concierne también como comunidad, creo. Esta palabra “comunidad” se impone porque atravesamos un tiempo en el que se nota profundamente afectada esa dimensión en común. 
     La actitud moderna ante la muerte, ha sido caracterizada por Philippe Ariès como  la prohibición de la muerte para preservar la felicidad, la muerte tiende a ocultarse y desaparecer, se vuelve vergonzosa y objeto de censura. 
   En este contexto ya preexistente y así como las guerras produjeron una exclusión de la muerte del espacio público (Freud dixit), es de advertir que en la actualidad de la pandemia se ha visto restringida la realización normal de los ritos funerarios en general. Mientras que los enfermos graves de covid 19, agonizan y mueren solos en los hospitales, sin la posibilidad del acompañamiento familiar y/o de amigos. 
  Para la sociedad, los muertos por covid pasan a quedar circunscriptos en registros numéricos, tantos muertos, que se contabilizan diariamente. Pero no alcanzan el nivel del significante único, que al nombrarlos, posibilitara desde esa muerte significante, eternizarlos como únicos, como nuestros muertos. 
     Los muertos por covid son tan sólo una cantidad, desprovistos de aquella condición necesaria que los haría ser parte de nuestra falta, que inexorable cave un hueco en el cuerpo social, al modo que sí lo hicieran otras muertes colectivas. Condición ineludible para poder hacer un duelo.
    Freud nos enseñó que el duelo, por regla general, sólo es desencadenado por la pérdida real, la muerte del objeto, y es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. Freud consideraba dañina la perturbación del duelo, con más razón será dañina su postergación o su no realización.
     La muerte por Covid borra lo imborrable del nombre de cada uno de ellos. Un borrón que, para no dejar la vida al descubierto, le anotan sobre sí la insignificante escritura de una cifra numérica, lista para una estadística. 
      Miller dice que la especie humana es la única en la que el cuer o muerto conserva su valor. ¿Qué pasa con ese valor en la pandemia, donde el rito funerario está limitado si no prohibido poder despedir los muertos en cuerpo presente y de modo colectivo? 
    Sabremos sobre los efectos de la incidencia de estos modos de morir en la pandemia en un tiempo porvenir.
    Mientras tanto ante la inhumanidad de este modo de morir, donde la tristeza y el duelo fueron desterrados, el sueño, ese “espejo inventivo”, como formación del inconsciente pero también respuesta a un real que es la muerte, viene en auxilio. Justamente en estos días escuché de su propio relato, en un video que circula, que en ocasión de un momento difícil de su vida, época en que su madre ya estaba muerta, Paul McCartney tuvo un sueño en el que su madre lo “visitó” (sic) en su sueño, y le aseguraba que todo iba a estar bien. “Sólo déjalo ser” (let it be), le dijo. Al despertar Paul escribió la letra de Let it be, donde una de sus estrofas dice: “Y en mi hora de oscuridad, /se queda justo delante de mí, /diciendo palabras sabias:/déjalo ser”.

                                                                                        Rosana Aldonate     




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