“El hombre moderno ha perdido la opción del silencio"
Williams Burroughs
La reciente pandemia de coronavirus ha desatado una pandemia aún más terrorífica a mi juicio: la del sentido. Porque de la proliferación de un virus nos puede arrancar de manera optimista una vacuna o de forma pesimista la muerte, pero de la cabalgata desbocada de sentidos es muy difícil salir indemne.
Periodistas, comunicadores, filósofos, sociólogos, gente bienintencionada o maligna, psicólogos, hasta psicoanalistas se precipitan con toda libertad en esa pendiente donde las significaciones del virus van, vienen, se contradicen, pelean, se amigan o se retractan sin pudor alguno y se suceden vertiginosas gracias a los buenos servicios de internet.
Mientras tanto, los que trabajan en salud, en servicios médicos arriesgan sin vacilar su vida en aras de detener los efectos de una pandemia que, tal como se presenta hasta ahora, no tiene una solución específica, como no sea el aislamiento absoluto (insostenible en el tiempo) o la entrega indiscriminada al contagio con la esperanza de una supuesta inmunidad colectiva (que se obtendría a costa de un numero enorme de muertos)
Lo interesante es advertir que la presencia inquietante del virus, genera una epidemia de significaciones algunas plegadas sobre la empiria viral (generalmente las científicas) otras destinadas al universo de los mitos o, en algunos casos, los delirios. Son particularmente destacadas como parte de estas últimas muchas de las que se vertieron en las recientes marchas de protestas donde pululaban explicaciones sobre los motivos de la pandemia y las terribles conspiraciones que la promoverían que generarían indignación sino fuera que resultan decididamente risibles. Lo cómico de la situación no debe hacernos olvidar que la “opinión pública” resulta fácilmente constituible y que como toda opinión (ya nos advirtió Platón hace muchos años) no pertenece necesariamente al terreno de la verdad.
Es que cuando se unen la libertad del significante y el goce, los resultados suelen ser a veces, extraordinarias obras de arte, pero por lo general desatan un pulular de sentidos que enloquece las subjetividades y hacen surgir lo peor de cada uno. No hay que olvidar que Joyce o, sin ir más lejos, Leopoldo Marechal o Juan Filloy, para nombrar algunos locales, son excepciones y que en general la proliferación significante es signo que algo no anda en lo real.
Hace ya varios años se publicaba un minilibro cuyo título respondía a una afirmación de German García, Entonces…Sssh. Allí J.A. Miller glosaba una teoría sorprendente de la interpretación, la que anunciaba su final, al menos en el sentido tradicional de agregar sentidos. “Digámoslo de otra manera: interpretar es descifrar. Pero descifrar es cifrar de nuevo. El movimiento solo se detiene en una satisfacción” Y manifestaba que después de Lacan no habría lugar para la interpretación como una operación tendiente a multiplicar los sentidos, sino más bien la operación sería inversa, sería una reducción de sentido.
Y esto es precisamente lo que preocupa en la reciente pandemia: la hinchazón del sentido muestra que lo real no responde a lo simbólico. Más allá de lo simbólico con lo cual se pretende detener o hacer vano el accionar del virus que corresponde a la ciencia, está lo real de cada aparato subjetivo, de cada ser hablante. Ese que, apuntando hacia la muerte, la perversidad, el odio o la voluntad de gozar, nos agita y nos atormenta procurando para nosotros una satisfacción que es incompatible con la vida.
Asimismo, estar en cuarentena, desata para muchas personas la cualidad de la interpretación, contraria al acto. Como las actividades son reducidas, la gente se dedica a especular y a producir sentidos, no bajo una regulación transferencial, sino en soledad o en comunidades cuyo objetivo era más bien fomentar una forma de goce. Así se produce una hermenéutica salvaje que corroe precisamente la voluntad de vivir.
Porque en efecto, el sentido es de cierta manera, un aliado de la pulsión de muerte. Entendido como un desplazamiento incesante de significaciones, el destaca en la manía su esfuerzo por derribar semblantes y por diluir decisiones. Así, el efecto que provoca es contrario a la vida, como lo vio muy bien Freud cuando afirmaba que de nada “valdría el espejismo de ser dueño de una gran propiedad agraria en la Luna” y que sería más importante “saber trabajar nuestra parcela en esta tierra para nutrirse” .
Lacan destacó en su seminario La lógica del Fantasma una diferencia entre el tacere y el silere. Términos latinos que evocan el primero el callar, el cerrar la boca y por otro lado el segundo, hacer silencio o dejar de hablar como dos formas de detener el incesante parlotear de las significaciones. El primero por la represión, el segundo por el vacío existente en todo lenguaje . Es el segundo el que debe ser llamado por el sujeto en esta ocasión, el silencio que sostiene lo imposible de decir.
Un cierto silencio del sentido, que asegure la vida en este tiempo difícil de espera y elaboraciones me parece una forma realmente precisa de atravesar esta pandemia.
Ricardo Gandolfo
Notas
[1] Miller, J.A Entonces: “Sssh”, p.9. Ed.Eolia, 1996.
[2]Freud, S. El porvenir de una ilusión en Obras Completas, T.XXI. p.49-49
[3]. Lacan, El Seminario XIV. La lógica del Fantasma (inédito) – Clase del 12de abril de 1967. Debo a un excelente artículo de Irene Kuperwajs llamado Silencios y publicado en Virtualia, N° 25 de noviembre de 2012, el final de este comentario.
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