La Biblioteca Nacional acaba de publicar la edición facsimilar de la colección completa de la revista Los Libros. El trabajo introductorio de Patricia Somoza y Elena Vinelli, del que se reproducen aquí algunos fragmentos, al igual que las entrevistas que realizaron con los miembros de aquella publicación, permite un acercamiento a la forma en que se pensaban la cultura y la política a fines de los ’60 y comienzos de los ’70.
Se fue ennegreciendo el panorama político, y eso terminó en la dictadura. La revista, que estaba muy bien editada y era en colores, pasó a ser, por problemas económicos, en blanco y negro, como una metáfora de la vida política del país.
El epígrafe con que se inicia este artículo da cuenta del singular recorrido de Los Libros, desde sus inicios en los agitados meses de 1969 que siguieron al Cordobazo, hasta su abrupta finalización con el golpe de Estado de 1976.
Las voces de sus protagonistas, prestigiosos intelectuales del campo cultural, prestan una lúcida mirada retrospectiva sobre aquella intervención cultural y política que significó una renovación en el campo de la crítica. La idea de recuperarlas y reunirlas está orientada menos a la imposible tarea de reconstruir el itinerario de la revista que a presentar sus versiones e interpretaciones efectuadas desde el presente sobre una historia compleja y conflictiva. A partir de entrevistas individuales, sus voces fueron puestas a conversar en un collage de citas alrededor del eje convocante de lo que la revista fue para ellos.
En julio de 1969 empieza a ser editada la revista Los Libros. Fundada y dirigida por Héctor Schmucler, que acababa de llegar a la Argentina luego de estudiar en Francia con Roland Barthes, la revista toma como modelo la publicación francesa La Quinzaine Littéraire. El primer subtítulo de Los Libros, “Un mes de publicaciones en Argentina y el mundo”, da cuenta del propósito de la publicación y de la relación con su modelo: como La Quinzaine..., pretendía intervenir en el mercado reseñando libros de literatura, antropología, lingüística, comunicación, psicoanálisis, teoría marxista, filosofía, y sostenía un criterio riguroso a la hora de elegir a sus colaboradores, escritores, críticos, investigadores, que posteriormente serían reconocidos como destacadas figuras del campo intelectual argentino. La publicación tenía el propósito de rondar un espacio inexistente y llenar un vacío, especialmente en el ámbito de la crítica, que se planteaba modernizar a partir de la incorporación de un conjunto de nuevos saberes que articularan los desarrollos teóricos del pensamiento europeo con la teoría de la dependencia.
Publicada por la editorial Galerna, de Guillermo Schavelzon, la revista comienza a salir mensualmente, aunque con cierta irregularidad, en formato tabloide. En sus siete años de vida y sus cuarenta y cuatro números, fue cambiando de subtítulos, formato, propuesta, dirección, colaboradores y auspiciantes.
La revisión de las propuestas iniciales, los cambios y sucesivos reacomodamientos se vinculan con dos ejes que estuvieron en constante tensión: uno, vinculado con la nueva crítica, la difusión de nuevas corrientes teóricas y su relación con la política; y el otro, relacionado con el rol de los intelectuales en una situación política que se desarrollaba a una velocidad inusitada.
A lo largo de los primeros siete números la revista va ampliando su circuito de distribución a ciudades del interior y a Estados Unidos y Canadá. A partir del número 8 (mayo de 1970) un nuevo subtítulo, “Un mes de publicaciones en América latina”, señala el ingreso de importantes editoriales latinoamericanas como auspiciantes y la extensión de su distribución a Latinoamérica, al tiempo que va conformando una red de corresponsales en el exterior.
El triunfo de la Unión Popular en Chile y la asunción del presidente Allende justifican la difusión de “movimientos liberadores que con distintos matices se desarrollan en los países latinoamericanos”; difusión que se inicia en el número 15-16 dedicado al país vecino y que inaugura la etapa que la crítica actual ha denominado como de “politización”.
En el número 21 (agosto de 1971) se retira Galerna; Guillermo Schavelzon deja de ser el editor responsable, se pierde el auspicio de importantes editoriales de Latinoamérica y empieza la etapa de autofinanciamiento. Las restricciones económicas impiden que la tapas de la revistas continúen saliendo en color. El nuevo subtítulo que aparece en el número 22 (septiembre de 1971), “Para una crítica política de la cultura”, acompaña los cambios que se venían sucediendo y que se habían hecho explícitos en la nota editorial del número precedente: leer no sólo los textos escritos sino también los hechos histórico-sociales y contribuir a cambiar las condiciones en que la cultura se produce. La ampliación de la propuesta supone también una modificación en el staff de dirección a partir del número 23: si bien Schmucler continúa a la cabeza, se crea un consejo de dirección conformado por Ricardo Piglia, Carlos Altamirano y el propio Schmucler. Enseguida se suman al consejo Beatriz Sarlo, Germán García y Miriam Chorne. Estos movimientos en la dirección revelan ciertos desacuerdos respecto de la orientación de la revista, que eclosionan en el momento de la publicación de un artículo de análisis político referido al Gran Acuerdo Nacional, en el número 27, de julio de 1972. Su inclusión provoca el alejamiento de Héctor Schmucler, el fundador de la revista, seguido por el de Germán García y Miriam Chorne dos números después.
Con Sarlo, Altamirano y Piglia al frente de la revista, se inicia un momento radicalmente diferente, que ha sido denominado “la etapa de la partidización”: una vuelta de tuerca en relación con la etapa de “politización” demarcada a partir del número 15-16. Con la nueva dirección la revista comienza a publicarse bimensualmente y en formato A4.
Las divergencias políticas en relación con la evaluación del gobierno de Isabel Perón en el número 40 (marzo-abril de 1975) provocan el alejamiento de Ricardo Piglia. El consejo de dirección, ahora “comité de dirección”, queda a cargo de Altamirano y Sarlo. La revista observará un nuevo subtítulo, “Una política en la cultura”, hasta el número 44 (enero-febrero de 1976). El golpe militar de marzo de 1976 señala el fin de la publicación: el allanamiento y la clausura de la redacción impiden que el número 45 salga a la calle.
Este artículo forma parte del proyecto Política culturales: estado y sociedad en las dictaduras de Brasil y Argentina (1964/1986). Las entrevistas a R. Piglia, C. Altamirano, G. García y G. Schavelzon fueron realizadas entre 2008 y 2010. Las intervenciones de H. Schmucler fueron tomadas del libro Telquelismos latinoamericanos, de Jorge Wolff (2009)
Las voces
Héctor Toto Schmucler: –Yo estaba trabajando en Francia, hacía un estudio con Roland Barthes, entonces estaba muy vinculado con el ambiente. Eso era en pleno auge del estructuralismo. Recién Derrida empezaba a hacer sus primeros trabajitos. Claro, el mayo francés, Roland Barthes, Lacan, ya Lévy-Strauss había sentado todas sus bases y ya estaba Tel Quel. Tel Quel da un giro más político al estructuralismo. El grupo Tel Quel siempre fue más político, primero vinculado al Partido Comunista francés. Después, ellos se vuelven al maoísmo: a la Revolución Cultural y al pensamiento Mao. Y se me ocurrió junto al editor Guillermo Schavelzon, de Galerna, hacer una revista al estilo de La Quinzaine. Pero yo diría con una marca más vanguardista. Hasta la diagramación es espantosamente estructuralista. Todo eso traído al espacio argentino inmediatamente empieza a tener tonos políticos, sobre todo porque aparecía en el año 69. Estaba preparando el primer número cuando fue el Cordobazo. ¡Fue un símbolo!
Guillermo Schavelzon: –Galerna en esos años era una síntesis del clima de aquella Argentina vibrante, llena de esperanzas, un ambiente progresista donde se juntaban marxistas con católicos de izquierda. En 1968 o ’69 apareció por la librería Galerna un joven y pelirrojo Héctor (Toto) Schmucler, que regresaba de varios años en París. Llegaba lleno de ideas nuevas, hablando de estructuralismo, imbuido del espíritu del Mayo Francés. Traía la idea de hacer una revista de ideas, un medio moderno que expresara lo que se estaba pensando y discutiendo en Europa y en la Argentina.
Ricardo Piglia: –La idea era que la revista iba a ser útil porque la iba a comprar mucha gente, porque nosotros nos proponíamos hacer lo que no hacen los diarios, que dejan de lado muchos de los libros que salen. Queríamos ser exhaustivos, que cualquiera pudiera saber qué se estaba publicando. Yo recuerdo la sensación de felicidad que tenía cuando iba a la oficina y estaban todos los libros que se habían publicado.
Carlos Altamirano: –El propósito de Schmucler era animar una revista que concentrara la nueva crítica, por lo menos tal como se hacía en aquel momento en Buenos Aires, y un poco en Rosario y en Córdoba. Fue una manera de reunir a la crítica que no se practicaba en la universidad. Estamos hablando del ’69, es decir que se había barrido con lo que era la renovación crítica de los sesenta. Todo este sector de la crítica literaria que había quedado afuera de la universidad había renovado sus instrumentos críticos, en general con alguna versión de lo que se llamaba estructuralismo, que significaba prestarle más atención a la construcción formal.
R. P.: –¿Qué era la crítica entonces? Era la estilística, de Anita Barrenechea y el grupo de Instituto de Filología. Y estaba muy bien. Y por otro lado había una crítica marxista sociológica que para nosotros era vulgar y de la que tratábamos de tomar distancia. Un objetivo que la revista consigue es cuestionar la crítica impresionista que se hacía en los diarios y en las revistas semanales. Por eso la revista es muy dura desde el punto de vista de su concepción crítica. Nosotros traemos el estructuralismo, traemos todo lo que sería la nueva crítica, y usamos una política de provocación que produce un efecto muy interesante: si uno la leyera junto con Primera plana, con el suplemento de La Nación, vería que empieza a producirse un efecto.
C. A.: –Los Libros buscaba la aclimatación de la nouvelle critique. El sartrismo, pensado como una fusión de fenomenología y marxismo, llegaba a su fin. Sartre ya no era el pensador guía, como entre 1945 y 1960. Había otras estrellas en el horizonte: Levy Strauss, Barthes, Greimas (aunque nadie se animaba a leerlo). Barthes fue el que inició un nuevo momento de definición de la crítica y el crítico: el crítico no es el que hace un discurso segundo; el discurso crítico está a la par de la creación. La idea que animaba el primer momento de Los Libros era ésa, la de la nueva crítica francesa, la de Barthes, Genette, Starobinski. En esa aclimatación de la que hablo está también la realidad política. La revista se hace finalmente con los elementos de la localidad: junto con la renovación crítica hay una radicalización ideológica de los intelectuales argentinos; es el aire de los tiempos.
H. S.: –A través de la lectura de Los Libros se podría ir viendo este proceso de creciente politización. El número dedicado a Chile fue un punto de inflexión. Fue la época del triunfo de la Unidad Popular de Allende en Chile.
R. P.: –Como toda práctica intelectual, la revista tenía dos ejes. Uno eran los debates específicos: qué es la crítica, qué es el marxismo, qué está pasando con la crítica cultural. Y el otro era una cuestión más política: ¿qué hacen los intelectuales frente a la nueva situación política que se estaba desarrollando aceleradamente? Entonces, la revista va cambiando en relación con esos dos planos. Un plano más interno de discusión sobre qué tipo de crítica hacer, y la incorporación de gente: porque ustedes van a ver ahí como un corte sobre lo que estaba pasando en la crítica.
G. S.: –Hubo un momento en que Toto me llevó al café de enfrente, donde pasábamos mucho tiempo (Tucumán y Talcahuano), y me dijo que quería dedicar un número a un movimiento revolucionario uruguayo muy interesante, y quería saber si yo me animaba. Eso dio lugar a un número dedicado a los Tupamaros, que llevaba ese título en tipografía grande en portada. Encima, si mal no recuerdo, la portada era color rojo. Un par de meses después, recibí a mi nombre un telegrama firmado por la Dipa, una famosa dependencia de la Policía Federal llamada Dirección de Investigaciones Policiales Antidemocráticas, citándome sin dar motivo con día y hora. Recuerdo que me recibió un comisario, que tenía sobre el escritorio una carpeta con mi nombre en letras grandes, de la que sobresalía el número de Los Libros dedicado a los Tupamaros. Dio muchas vueltas con preguntas que no recuerdo, y no hizo la menor mención a la revista, aunque estuvo todo el tiempo a la vista.
Germán García: –Contrariamente a lo que puede parecer, éramos muy tolerantes en ese momento. Porque el peronismo obligaba al marxista doctrinario a ser más blando, o más confuso. Y eso se ve en la consignas de la Juventud Peronista de izquierda, que eran: “Mao y Perón, un sólo corazón”. Te das cuenta que había una cierta confusión. Yo simpatizaba con el peronismo porque el peronismo no te exigía que tuvieras que hacer doctrina con su discurso. Paradójicamente, con su adherencia al líder, el peronismo dejaba una gran libertad discursiva, porque se podía ser peronista y espiritista, peronista y lacaniano, peronista y cualquier cosa. (Risas.) No tenías la obligación de adecuar tu discurso a una exigencia doctrinaria. Creo que algo así también pasaba con los marxistas que vinieron del Partido Comunista, como Schmucler, que salió de ahí: los marxistas de la llamada “nueva izquierda” en la Argentina eran muy flexibles en ese sentido, y no podían ser muy dogmáticos, porque además había problemas internos: unos eran althusserianos; otros, maoístas, y otros no sé qué.
C. A.: –En un momento determinado, comienzan a incorporarse artículos de índole política. Y el más claro, creo que fue el número dedicado al Cordobazo. Eso trajo cambios: se amplió el cuerpo de colaboradores y hubo una crisis en lo relativo al subsidio de la revista que se financiaba con el apoyo de las editoriales. Galerna se fue y Toto hizo un llamado por el tema del financiamiento. Hubo una gran reunión y Schmucler planteó: “A ver... ¿a esta revista se la sigue sacando o no?”. Hubo acuerdo de seguir. Pero no podía seguir siendo lo que era. Como muchos de los que estábamos presentes no nos identificábamos como críticos literarios, y menos aún como críticos de la nouvelle critique, había que reforzar la orientación política y abandonar ese subtítulo anodino de “Un mes de publicaciones en América latina”. Entonces yo propuse “Para una crítica política de la cultura” y no hubo la menor objeción. ¿Cómo entro yo a formar parte de Los Libros? Con la salida de Galerna, Toto invita a Ricardo Piglia a formar parte de la dirección. Y ahí nomás Ricardo le dice: “Bueno, que también venga Carlos”. Y así fue como comencé a ir a la oficina chiquita de la calle Tucumán.
R. P.: –En la época en que se va Galerna, pasa una cosa muy divertida: Toto Schmucler se vuelve maoísta durante quince días más o menos (risas). En esos quince días, como yo también era maoísta, decidimos darle esa orientación a la revista. Y entonces yo digo “invitémoslo a Altamirano”, que también era maoísta. Y hay un acuerdo político, no de partido ni de grupo, en darle a la revista una orientación maoísta. ¿Qué quiere decir maoísta? Quiere decir no estar con el PC. Era la única crítica a la Unión Soviética hecha desde otro país socialista, es muy especular. Entonces, en resumen, en el momento ese, en que Toto está cercano a la posición del maoísmo, la revista está dirigida por Toto, por Carlos Altamirano y por mí.
C. A.: –Y ahí se inicia otro capítulo, donde la política pasa a tener mayor gravitación en las páginas, pero también en la cabeza de Schumcler. “Política”, en esos años, no se vinculaba con lo que se vincula ahora, la ciudadanía, la democracia..., sino con la lucha armada. Entonces hay una radicalización creciente por parte de todos. Yo era militante del comunismo revolucionario o comunismo maoísta. Y cada uno tenía su cuadernito y su referencia política. Y la radicalización trajo tensiones.
R. P.: –Pero enseguida Toto se hace peronista, casi montonero, como todo el mundo. Y, entonces, está en minoría con nosotros dos y amplía el consejo de Dirección. Se le ocurre la idea de llamarla a Beatriz Sarlo, que en esa época era peronista, como todo el mundo (risas), y la incorpora a ella, a Germán García, que era amigo de Toto y fue el que trajo la no-política, y a Miriam Chorne. En definitiva, Los Libros empezó como una revista editorial que hace Toto conmigo. Después es una revista que evoluciona junto con la evolución política de la Argentina y se convierte en una revista de izquierda, hasta que Toto se pone a revisar las posiciones de la izquierda, y entra en el panorama del peronismo; y entonces amplía el comité para que haya un cierto equilibrio, pero el comité se desequilibra de nuevo porque Beatriz cambia de posición.
C. A.: –Ricardo era maoísta, yo también, pero no del mismo club, y eso nos ligaba un poco. Y Toto estaba más vinculado con la izquierda que se ligaría a Montoneros. Viendo que se iba a quedar aislado en una revista que era la suya pensó que era bueno seguir ampliando el consejo. Beatriz en ese tiempo era peronista, de los que creen que el peronismo es la vida de la acción popular en la Argentina. Era un tiempo en el que todo era muy acelerado y ella empezó a salir del peronismo y a pasar al PCR, que era el partido en que estaba yo, así que Toto pronto pierde una aliada. Germán no era aliado político de nadie, porque para Germán la política era un delirio, y Miriam no tenía un espíritu tan militante como Ricardo, Beatriz y yo. Y eso termina en el alejamiento de Toto, que se va a sacar otra revista, Comunicación y cultura.
G. G.: –A mí el mundo de la militancia no me parecía demasiado serio. Empezaron a multiplicarse las siglas, las alianzas, las rupturas. Había demasiado culto al heroísmo. Yo estaba muy advertido de que las alianzas entre las vanguardias culturales y las políticas son siempre de medianoche, duran un ratito: los surrealistas con Trotsky, los dadaístas con los marxistas alemanes. Nunca duran, porque la idea de la vanguardia es privilegiar el ahora, por algo se inventó el happening; la vanguardia no participa de la idea de que nuestros nietos van a ser los beneficiarios de lo que vamos a hacer nosotros. Además yo tenía mucha simpatía por ese mundo, los hippies, el Di Tella, que los otros veían como los últimos restos de la corrupción burguesa y la influencia norteamericana. Y a mí me caían mucho más simpáticos. Ir a fiestas, fumar marihuana..., todo eso me parecía un mundo menos tortuoso.
C. A.: –La discusión más larga fue ocasionada por mi artículo sobre el GAN. Como no nos poníamos de acuerdo en publicarlo, la decisión se fue prorrogando como tres meses y la revista se atrasó. Finalmente se transó con que el artículo se publicaba, y se lo acompañó con un editorial donde se decía que no todos estaban de acuerdo, aunque creo que nadie estaba de acuerdo con mi artículo.
R. P.: –Toto lleva una editorial y nosotros se la rechazamos, entonces tiene que renunciar, qué va hacer. Toto se va y se van todos con él. Quedamos Beatriz, Carlos y yo. Eso fue un golpe de Estado, porque le sacamos a Toto la revista que él mismo había creado.
G. G.: –Creo que la primera etapa, llena de polémicas, para mí fue de mucho aprendizaje. Y la segunda ya no la seguí porque siempre tuve la idea de que la política no debe ser una cuestión doctrinaria, y cuando sentí que la revista empezó como a subordinarse a imperativos de líneas políticas, me fui a hacer Literal, porque me parecía que ahí podía continuar ese proyecto inicial de Los Libros. Y fíjense que en el primer número de Literal puse una frase, como un eslogan: “No matar la palabra, no dejarse matar por ella”. Es que yo pensaba que estábamos entre un dejarse matar sacrificialmente o matar lo que queríamos decir al subordinarlo a discursos muy codificados en función de estrategias políticas.
C. A.: –Durante un tiempo corto, la revista trató de combinar lo que en aquel momento era el idealismo ideológico, con un poco de marxismo maoísta, lingüística, psicoanálisis, que eran como los lenguajes teóricos que nadie que se quisiera de onda podía ignorar. Y eso duró hasta el ’74, más o menos.
R. P.: –Teníamos un debate implícito con Crisis, que es la gran revista de los años setenta que están haciendo Galeano, Aníbal Ford... y que para nosotros era demasiado populista. Crisis trabajaba para el conjunto más amplio posible, porque era muy masiva en su momento. En cambio, nosotros siempre tuvimos la idea de que había que intervenir, que una revista tiene que influir sobre los que influyen: los jefes de la sección de cultura de las revistas, los editores, los tipos de los partidos políticos. Sobre un grupo intelectual que actuaba en un marco propio, con la idea de una influencia que se reproduzca de ese modo. Ése es un poco el objetivo de la revista. Porque sabíamos que podíamos difundir lo que estábamos interesados en que se difundiera.
H. S.: –Cuando salimos nosotros, la revista se volvió más política. Era el órgano cultural de un movimiento político. Era eso, rigurosamente fue así cuando pasó a ser un órgano del PCR.
C. A.: –La presión para que la revista fuera una publicación orgánica del partido era cada vez mayor. Pero yo tenía el mérito o el título del que se había quedado con la revista creada por Toto, y no por el partido. Entonces, el argumento para evitar la publicación de los colectivos más primitivos y salvajes de la línea política del PCR era decir: es un órgano de frente, y no una revista orgánica del partido. Ricardo, que estaba próximo a Vanguardia Comunista, decía que no se podía defender al gobierno de Isabel contra el golpe, porque era el gobierno el que producía la situación que activaba el golpismo. Nosotros decíamos que había una actividad conspirativa que abarcaba civiles y militares y que había una actividad de provocación por parte de la izquierda. Y se va Ricardo. En fin, tres maoístas juntos no podían más que dividirse (risas).
R. P.: –Yo me voy en el ’75 porque la alianza que teníamos con Beatriz y Carlos se empieza a complicar: la gente del PCR, con la que ellos estaban, empieza a apoyar a Isabel.
C. A.: –En el último número, ya no recuerdo si Beatriz y yo tuvimos injerencia o no en el material publicado: porque nos habíamos ido del partido. El último número salió bajo la dirección de un psicólogo que se llamaba Osvaldo Bonano. Él fue preso. Y nosotros estábamos tan desvinculados que un día yo me aparezco por la librería Galerna, y el chico que atendía, que era amigo nuestro, me ve a mí como si hubiera visto un resucitado. Yo ignoraba todo, fui lo más campante: y me dice, ¿no sabías que hubo un allanamiento?
R. P.: –La primera etapa es la más interesante, es un momento muy productivo de circulación de mucha gente, y se pueden leer ahí todos los debates: aparecen Lacan, Althusser. Todas cuestiones que nosotros estábamos poniendo en circulación. Y si hacés la lista de la gente que está interviniendo, te das cuenta de que en la revista está toda una generación: Beatriz Sarlo, Germán García, Josefina Ludmer, Oscar Terán, Ernesto Laclau, Jorge Rivera, Lafforgue, Eduardo Menéndez –un tipo muy interesante, muy inteligente, que se perdió–, creo que García Canclini, Oscar del Barco, toda la generación posterior a Contorno. Después, la política se lleva todo y se hace una revista de izquierda más.
Patricia Somoza y Elena Vinelli
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